A los fundadores de La Siesta del Lobo les divierte contar que su revista vio la luz gracias a la Renfe, a pesar de que la empresa ferroviaria no ha puesto un solo duro en el desarrollo de la publicación. Y sin embargo fueron sus horarios restringidos los que proporcionaron tiempo y nocturnidad a Juanjo Jiménez y Arturo Tendero para fraguar el proyecto. Ocurrió el 18 de diciembre de 1995, un domingo en que ambos se habían encontrado en el Museo Reina Sofía de Madrid y estuvieron visitando exposiciones en la capital de España. A la hora del regreso, corrieron como locos a la estación para ver cómo se les escapaba el último tren directo que salía para Albacete. Eran las seis de la tarde. El siguiente era muy indirecto: un expreso anticuado que obligaba a un transbordo en Alcázar de San Juan, con espera incluida de más de una hora. Fue en esta localidad, avanzada la noche, mientras veían salir de la última sesión de un cine o de lo que fuera a un grupo de alcazareños, cuando se decidieron a montar la revista. Estaban sentados en un bar que hacía esquina, ante un cortado y un té respectivamente.
Al principio iban a llamarla Penumbra, pero barajando otros nombres en medio del cansancio de la madrugada, surgió La Siesta del Lobo y les deslumbró la imagen surrealista. En el primer editorial intentaron encontrarle explicación: “El arte es el Oro de los sueños; y el artista un aventurero en busca de pepitas de este misterioso mineral. (…) Pero el buscador no ejerce siempre. Ha de atender a otros muchos requerimientos. (…) Un hombre es muchos hombres. Y uno de ellos, por lo menos uno, es un lobo. (…) Para crear, primero hay que dormir al lobo que nos conoce. Después buscar un manantial donde hundir el cedazo en busca de ese sueño dorado bajo el cual se esconde la belleza o la verdad”.
La obra cultural de Caja Murcia apoyó los dos primeros números, con portadas a una tinta, en rojo, el color de la patrocinadora. El primero estuvo consagrado Al Río Júcar, In Memoriam. Estaba muy presente todavía en las retinas de los colaboradores la visión del cauce completamente seco en el paraje de Cuasiermas. Y todos, la mayoría albaceteños, cada uno desde su disciplina visual o literaria, rindieron homenaje al desastre ecológico y sentimental provocado por los administradores del río que tenían retenido el caudal en los embalses de la cabecera. Casi de forma inmediata apareció otro número dedicado al pintor abstracto Alfonso Quijada, cuya prematura desaparición no le impidió dejar huella entre sus colegas y paisanos. Con estas primeras tiradas se adjuntaron separatas de Frutos Soriano y el propio Quijada.
Luego el lobo se echó una siesta y volvió a despertar en 1998 con el mismo esquema de una tinta, tamaño cuartilla y grapado, aunque con otros colores. Lo acompañaba una separata de Carlos Blanc. Juanjo Jiménez se encargó de la imagen y la maquetación y así ha seguido haciéndolo a lo largo de toda la trayectoria. Los fundadores, rebautizados como directores, la han administrado siempre solos, aunque abriendo todo lo posible el abanico de colaboradores. Como Jiménez tiraba hacia las artes y Tendero buscaba más el arrimo a la literatura, acordaron establecer un equilibrio y que la revista se llamase de Creación Artística. Así vieron la luz Los Demonios Cotidianos (nº3) y Los Siete Mares (nº4) que se presentó en la puerta del castillo de Chinchilla, de cara al sol poniente, en medio de una fiesta de mistela, fotografías y lecturas, a la que no faltó el viento.
En 1999 se desmarcó definitivamente la primera patrocinadora y le sustituyó en un solo número Caja Castilla-La Mancha. Pero si La Siesta ha seguido adelante se debe a las aportaciones fieles de empresarios amigos como El Oeste, Librería Popular, Zapatos Hincapié, Cuadros Chinchilla o Mac Power. Así llegaron La Mirada Digital (nº5), con entrevista a Roman Gubern, La Forja del Poeta (nº6), con entrevistas a Luis Alberto de Cuenca y Eloy Sánchez Rosillo, y Chatarra (nº9) con entrevista a Antonio Pérez, y un fragmento minúsculo de la chapa del Guggenhein bilbaíno que se regalaba en una bolsa con cada ejemplar.
Con el nuevo milenio llegó también el nuevo apoyo de la Diputación de Albacete, que permitió sacar adelante Nocturnos (nº8), con entrevistas a Antonio Colinas y Carlos Marzal y que ha sido el sostén más firme hasta la fecha. La Universidad de Castilla-La Mancha respaldó La Carne Se Hizo Verbo (nº9), producto de un congreso en el que el empuje de Aurora Miñambres fue crucial. Con cada uno de los ejemplares se entregaba un sobre con pegatinas de fotos de enfermedades venéreas, una iniciativa de Manuela Martínez, bajo el título de “pega tus infecciones”, que levantó polvareda.
También tuvo un sesgo visual el número 10 de la revista, aparecido en 2001 y titulado Mail-Art. En ese mismo año se produjo un cambio importante en el formato: La Siesta redujo su tamaño y aumentó su grosor hasta ser poco más grande que la caja de un CD. Llegaron Lecturas Que Dejan Huella (nº11) con entrevista a García Berrio y apoyo del Ayuntamiento de Chinchilla, que se mantendrá hasta el final; Al Grabado (nº12) dedicado a obra gráfica; Otoño (nº13) con inédito de Andrade y entrevista a Antonio Cabrera.
En 2002 cambia de nuevo el formato, que crece un poco sin llegar al tamaño cuartilla, pero sobre todo engorda pareciéndose más a un libro. Aparece entonces uno de los números que más repercusión ha tenido de toda la trayectoria de La Siesta: el monográfico dedicado al poeta valenciano César Simón (nº14), en el que se implicaron su viuda y numerosos catedráticos de la universidad de Valencia y la de Palma. Se completaba con una entrevista a Jenaro Talens, poeta amigo de Simón. En el año siguiente aparecen dos números de fuerte impacto visual, Entrefotos (nº15) con un dossier sobre el Arte de Acción, y De Viajes y Fotos (nº16), con portada en cuatricomía y un contenido plástico que ponía muy alto el listón estético. La Siesta vive su máximo apogeo y sin salirnos de 2003 llega otro número especial dedicado a la poesía: Más Allá de la Experiencia (nº17), con entrevistas a tres de los poetas vivos más importantes del país, Luis García Montero, Miguel D´Ors y Joan Margarit.
Las firmas acogidas hasta este momento por la publicación abarcan los cuatro puntos cardinales y casi todas las disciplinas artísticas, pero de pronto Juanjo Jiménez y Arturo Tendero deciden concederse una frivolidad: dedican un número a lugares que para ellos tienen un valor sentimental o intelectual digno de reseñarse. Una foto y una breve explicación de cada sitio convierten Nuestros Lugares Míticos (nº18) en un delicioso muestrario de rincones sagrados. La experiencia funcionó y la repitieron en 2006 con Los Lugares Míticos de Nuestros Amigos (nº20), el último aparecido hasta la fecha. Entre medias vio la luz Poesía (nº19) con entrevista a Vicente Gallego. Pero el cansancio, sobre todo la incertidumbre de no encontrar patrocinadores estables, ha ido adormilando al lobo que lleva dos años en estado de catalepsia.